Relación entre estrés y TCA: la mente también tiene hambre

Estrés y TCA: cuando la mente también tiene hambre

11 de noviembre de 2025 565

Llevamos un estilo de vida que, en la mayoría de los casos, mantiene un ritmo tan acelerado, que ha favorecido que uno de nuestros principales compañeros sea el estrés. Nos autoimponemos unas metas innecesarias, y puede que inalcanzables, nos marcamos unos plazos cada vez más reducidos para cumplir nuestros objetivos y con un nivel muy elevado de perfección, pero, en cambio, en muy pocas ocasiones nos paramos a atender a cómo todo eso está afectando todo eso a nuestro cuerpo y a nuestra relación con la comida.

Para tratar de entender cómo nos influye el estrés, desde un punto de vista alimentario, la psiquiatra, psicóloga y nutricionistas Belén Unzeta Conde, Elena Arderius, Juana María Fernández y Miriam Sánchez nos pueden ayudar, no solo a saber cómo el estrés está condicionando nuestra manera de alimentarnos, sino también a entender cómo nos relacionamos con la comida y cómo podemos detectar a tiempo cualquier anomalía relacionada con nuestra alimentación.

El estrés como detonante del desequilibrio

El estrés, explica la psiquiatra Belén Unzeta Conde, puede actuar como un desencadenante de un trastorno alimentario, pero rara vez aparece de la nada. Tiene que haber previamente un caldo de cultivo, señala. Es decir, pueden existir factores genéticos o de personalidad que predispongan al individuo, pero sin un entorno emocional o social que lo favorezca, ese riesgo no tiene porqué materializarse.

La presión del entorno social, el perfeccionismo, los cambios vitales o el exceso de autoexigencia pueden actuar como atenuantes que propicien esta anomalía. Cuando la vida se vuelve difícil de controlar, algunas personas buscan refugio en algo que sí pueden dominar: la comida, el cuerpo, el ejercicio. Así, el TCA aparece como una forma de gestionar el malestar emocional, aunque sea de manera disfuncional.

Más allá del cuerpo: lo que no se ve del trastorno

Uno de los errores más comunes es pensar que los trastornos alimentarios se reducen a una mala relación con el cuerpo o la imagen física. Belén Unzeta lo explica con una metáfora: lo que vemos —la restricción de comida, el exceso de ejercicio, los atracones o los vómitos— es solo la punta del iceberg. Bajo el agua, escondida, está la verdadera raíz: emociones no gestionadas, baja autoestima, necesidad de control o miedo a perderlo.

Los TCAs son como la figura de un iceberg en donde la parte superior, (…) sería como toda la sintomatología alimentaria, “me podría haber dado por el juego patológico y, sin embargo, me dio por la sintomatología alimentaria”. Esos serían los síntomas a los que yo necesito recurrir ante situaciones de malestar emocional que no estoy sabiendo gestionar. Y eso sería toda la parte por debajo del nivel del mar del iceberg que no es visible. 

Por eso, el tratamiento no puede quedarse en la superficie. Requiere un abordaje multidisciplinar: nutricional, médico y, sobre todo, psicológico. Porque los TCA no son solo trastornos de la alimentación, son trastornos mentales graves que utilizan la comida como lenguaje del sufrimiento.

Cuando el trastorno llega sin avisar

Es bastante frecuente que los signos de estar sufriendo un TCA aparezcan de una manera tan inapreciable que a la mayoría de personas que lo padecen les cueste ser conscientes de ello. La psicóloga Elena Arderius explica que son sus familias o su entorno cercano quienes detectan los primeros cambios (y no siempre): ha cambiado su comportamiento, su conducta, su manera de relacionarse con los alimentos y lo que es obvio, una pérdida importante de peso.

Vivimos en una sociedad donde gran parte de nuestras relaciones giran en torno a la comida, recuerda Arderius. Por eso, cuando alguien empieza a evitar  planes o celebraciones en torno a la comida, puede ser una señal de alarma. En otros casos, pueden darse comportamientos como atracones nocturnos o purgas, y entonces son conductas más llamativas y que les hacen pedir ayuda a un psicólogo, a un nutricionista…

Belén Unzeta también advierte de que hay otras conductas que a veces pueden pasar desapercibidas durante años que tiene que ver con estar recurriendo a purgas o que puedan tener un cierto nivel de picoteo, no necesariamente un atracón, que eso a lo mejor es más visible. Hay veces que un trastorno puede disfrazarse de vegetarianismo/veganismo o incluso de intolerancia/ trastorno digestivo asociado al consumo de un gran número de alimentos que se dejan fuera (gluten, y evitan gran parte de los hidratos de carbono, lácteos y se evitan muchos dulces, etc.) Con el tiempo, estos hábitos pueden ir dejando secuelas físicas (cardiovasculares, óseas, digestivas, hormonales, etc.) e incluso un profundo deterioro emocional. Detectarlos requiere mirar más allá de la apariencia, y entender que alguien puede tener un peso “normal” y aun así estar padeciendo este tipo de trastornos. 

El papel del estrés en la relación con la comida

En cuanto al estrés, la psicóloga y coach Miriam Sánchez explica cómo puede alterar nuestros patrones de alimentación o definir una mala relación con la comida. Hay personas que por ejemplo cuando están en situación de estrés tienden a comer más u otras que tienden a comer menos, o tienden a comer más de ciertos alimentos, por ejemplo, alimentos más ricos en carbohidratos simples… 

La educación emocional: volver a sentir sin miedo

La nutricionista y psicóloga Juana María Fernández recuerda que en muchas personas el desarrollo y evolución emocional se han hecho con el TCA de fondo, con lo cual el TCA ha estado ahí condicionando la manera de gestionar las emociones de esta persona.

Eso significa que tienen que aprender de nuevo a acercarse a sus emociones, a conocerlas desde el principio y a gestionarlas sin necesidad de taparlas o huir de ellas. Por eso, la educación emocional es una pieza clave en todo tratamiento de trastornos alimentarios. Aprender a identificar lo que uno siente, ponerle nombre y encontrar otras formas de canalizarlo son algunos de los principales objetivos que deben marcarse. Porque no se trata solo de eliminar los síntomas, sino de ayudar al paciente a vivir sin que el TCA sea su única estrategia para afrontar la vida.

El ruido de las redes y la desinformación

Según Unzeta, la desinformación que circula por internet, especialmente entre adolescentes, puede favorecer el desarrollo de este tipo de trastornos.

Los algoritmos constantemente amplifican mensajes sobre comidas prohibidas, cuerpos ideales o dietas milagrosas, creando una sensación de culpa y miedo hacia ciertos alimentos. Cuando la población más joven, que aún carece de un criterio formado, se expone a ese bombardeo, pierde la capacidad de distinguir lo saludable de lo dañino.

Combatir este fenómeno requiere promover una educación alimentaria basada en la ciencia, fomentar el pensamiento crítico y crear entornos digitales más seguros. También es importante incentivar las comidas en familia para poder compartir lo que nos ocurre en el día a día (emocionalmente hablando) y disfrutar de una comida juntos.Los expertos coinciden en que la clave está en el equilibrio. La recuperación no consiste solo en volver a comer bien, sino en volver a vivir bien, sin que la comida sea un campo de batalla. Escuchemos a nuestro cuerpo, cuidemos la mente y no dudemos en pedir ayuda en cuanto la necesitemos.

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